El conjunto
escultórico no llega a los 60 cm. de altura, desde la corona hasta el
comienzo de la peana, y está trabajado sobre olorosa madera de sabina,
cuyo aroma percibe quien contempla en proximidad, reforzando así el
carácter sagrado de la imagen envuelta por su origen misterioso. Una
rica policromía, en gran parte perdida, realza volúmenes y propicia
claroscuros de rico contraste. Cinco elementos lo integran: la Virgen;
dos ángeles vestidos a la usanza del XVII, que la sostienen y elevan por
encima del dragón: la luna, nunca ausente y siempre definitoria en la
iconografía apocalíptica, sobre la que apoya sus pies descalzos la
Mujer: el dragón, excluido por los artistas cuando la Mujer del
Apocalipsis se transforma en Inmaculada.
La Virgen, con la
misma fuerza barroca que caracteriza al conjunto, está dotada de una
esbeltez y dinamismo que proceden de la distribución acertada de sus
volúmenes y los perfiles que la definen. Las superficies brillantes y las
tonalidades claras y transparentes, potencian el ingrávido movimiento de la
figura.
Aureolada por el azul
del manto que iluminan los soles de oro, los vivos colores de los ángeles,
el ocre rojizo del dragón y la plata perdida de la luna, hacen de la Virgen
el centro de la composición, entablando un diálogo, que remite a lo
trascendente, a lo alto, con quien a ella se acerca. El conjunto, bello y
armonioso conceptualmente firme y definido, rico en matices y sugerencias,
se presenta como joya frágil y etérea que recuerda en su factura un trabajo
de fina porcelana.
La imagen de Nuestra
Señora del Buen Retiro de Desamparados o del Saliente es catequesis para una
comunidad que comienza a encontrar sus señas de identidad tras superar las
dificultades de hambre, emigración y desarraigo. Los catequistas fueron
Lázaro de Martos y Roque Tendero, hombres cultos que ya estaban enraizados
en esta tierra seca y agreste a la que un día llegaron sus padres y abuelos
en busca de esperanza.
La imagen de la mujer
del Apocalipsis es para ellos la Asunción, la Inmaculada Concepción: aquella
por la que el pueblo ha hecho juramento de defensa, pero es también
manifestación de esperanza. Es la misma esperanza que da sentido a sus
vidas.
La Virgen del Saliente
es punto de referencia vivido en profundidad vital y religiosa para
esclarecer la cotidianeidad de dificultades y luchas: es esperanza que
ilumina el desierto para que no sea lugar de tiempo sin fin, sino etapa
necesaria y pasajera cuando lo miran "los desterrados hijos de Eva" que
invocan a María como "Reina y Señora". Ella, en su buen retiro, es lugar de
acogida de penas y alegrías, días y noches, emigraciones y retornos. Mira al
cielo sintiéndose a salvo: sus manos son oración a Dios y, como le canta
Julio Alfredo Egea, "tienen vocación de nido".
Fuente: PEDRO
Mª Y ANTONIO FERNANDEZ ORTEGA."La Virgen del Saliente en su Buen
Retiro" . Ed. Fundación "Santuario de Nª Sª del Saliente.
1.993
Romería al
Santuario del
Saliente
8 de
septiembre
El
día de la Virgen se celebra desde siempre el 8 de septiembre, Natividad de
Nuestra Señora. Tanto Moreno Cebada como Bolea, se extrañan de que esta fiesta
no se conmemore el 15 de agosto, Asunción de Nuestra Señora a los Cielos, ya que
para ellos la imagen representa una Asunción, atribuyendo este cambio de fechas
a las necesidades que impone la agricultura en estos meses. La realidad es otra:
desde el origen de esta manifestación religiosa está implícita la idea de la
Virgen del Apocalípsis, por lo que no tiene sentido celebrarla en agosto.
La documentación municipal
recoge ya en 1.727 la afluencia de gente en este día, enviando a la ermita
regidores y justicias para el mantenimiento del orden. En 1.804, las
celebraciones tienen ya un carácter ruidoso y los cohetes y los tiros de trabuco
se están generalizando. El Ayuntamiento de Albox toma cartas en el asunto y
acogiéndose a las reales pragmáticas y disposiciones que prohíben el uso de
armas de fuego, por voz de pregonero hace saber que no se permitirán los
disparos con estas armas en el Saliente.
Antes del Día de la Virgen
comenzaba la romería, y desde los distintos puntos de la geografía mariana del
santuario, salían los devotos que iban a participar en la fiesta, andando o en
mulas que cubrían sus sencillos aparejos con vistosos cobertores y zaleas, dando
a la romería un carácter alegre y abigarrado. Las aguaderas de esparto portaban
la paja y cebada para la bestia junto con la comida de los romeros y los manojos
de albahaca junto a las limosnas en especie, que habrían de ofrendar a la virgen
y a los pobres en cumplimiento tal vez de una promesa hecha en momentos de
apuro.
La subida se hacía entre
cantos y alegría, sin alterar el sentido religioso de quienes descalzos, en
silencio o portando a hombros a la criatura que, en peligro, recibió la ayuda de
la Virgen, iban cumpliendo sus promesas. Las promesas al pie de la cuesta se
intensifican: se sube con los pies descalzos, de rodillas, rezando. En la cima,
la alegría y la satisfacción de haber superado la dificultad y la prueba.
Al final del camino una
estampa medieval se abre al visitante: pobres, mendigos, tullidos y pícaros
extienden sus manos y con voz lastimera llaman a la caridad. Es el momento de
cumplir la promesa de repartir el pan o la calderilla entre ellos.
Se mezcla lo profano con
lo sagrado, siendo difícil diferenciarlos.
Las habitaciones del claustro están abiertas para los peregrinos: lo individual
se ha hecho colectivo; nada hay de nadie, todo es de todos.
El nuevo día, día grande,
se comenzaba con nueva procesión de la imagen, misa solemne con diáconos
y orador sagrado, entre ruidos de cohetes que sin cesar se disparaban desde la
tarde anterior. Mirando al valle, la Virgen se había detenido y culminaba la
emoción con el canto de la Salve que, en la prolongación de sus notas, se
convertía en sentida meditación. Los vivas a la Virgen del Saliente, a la
Pequeñica, llenaban la plaza y el templo entre la algarabía de los puestos de
turrón, de velas, licores y recuerdos piadosos que daban ese aire de fiesta en
ruptura con lo cotidiano, con predominio del exceso y como adelanto de la gran
fiesta, eterna, siempre esperada.
Mientras tanto en Albox,
una alegre juventud sigue a los mayores en el testimonio
de una tradición. Subir andando al Saliente es un rito que se perpetúa cada año,
renovando con nuevo estilo viejas costumbres. En los últimos tiempos comienza la
romería con un acto a las doce de la noche en la Parroquia de Santa María,
cuyo centro es la felicitación a la Virgen con el canto de la Salve. Empieza a
caminar y las antiguas promesas se mezclan con las nuevas; no falta algún
estudiante que en su mochila lleve los libros de las asignaturas que en junio no
superó.
El camino se inicia y como
luciérnagas luminosas se ven en la noche las luces que indican la marcha. Un
alto se hace obligado en el bar de Bernardo en Las Pocicas, donde comienza a
notarse la fatiga que con un bocadillo se alivia. se reemprende el caminar, se
pasa por los Aceiteros y poco después comienza el tramo más duro: !Hay que subir
la cuesta!
El
itinerario ha cambiado poco y el cansancio se acusa al coronar la cima. Algunos
romeros buscan un sitio donde descabezar un sueño, mientras los automóviles van
llenando la carretera y accesos al Santuario. Las misas comienzan al amanecer y
entre cohetes, altavoces y bullicio, se suceden las idas y venidas una vez
cumplida la promesa, encargada la misa, hecha la ofrenda de albahaca y flores o
efectuando el donativo. Después de la Misa Mayor a la una de la tarde, la imagen
sale en procesión. La Salve se cantan como antes, con la imagen mirando al
valle: la fiesta continúa hasta el anochecer renovándose continuamente la gente
que desde los más diversos lugares visitan el Santuario.
Todo es orden, hasta en
los mendigos que siguen esperando la limosna y que en autocares van haciendo el
recorrido Saliente, Monteagud, Tices y Bacares. Un aire nuevo se respira,
manteniendo lo fundamental como nota: la devoción profunda a la Virgen del
Saliente.
PEDRO Mª Y
ANTONIO FERNÁNDEZ ORTEGA: "El Santuario del Saliente. Historia y Vida" . 1985
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