La ermita de Nuestra Señora de la Soledad Gloriosa
Historia
Hacia el año 1573, Cristóbal Mercader, señor de la baronía, decidió erigirse en patrón de una ermita dedicada a San Vicente Ferrer. La ermita se levantó en el mismo lugar donde hoy lo hace la ermita de Nuestra Señora de la Soledad Gloriosa. Se trataba de una construcción sencilla con caracteres góticos estructurada en una sola nave. En su interior contaba con un único altar dedicado al santo titular que a medida que transcurría el tiempo iba acaparando a pasos agigantados mayor devoción por parte de los habitantes del lugar. La ermita estuvo dedicada a San Vicente Ferrer mientras existió. En 1866 se acometió la obra de la actual ermita y se cambió la titularidad a la de Nuestra Señora de la Soledad Gloriosa.Junto a la imagen vicentina se veneró desde siempre la de Nuestra Señora y la de Cristo crucificado. En el siglo XVII, se decidió ponerle un nombre concreto a la imagen de la Virgen. Precisamente fueron las circunstancias las que determinaron la elección del mismo y al ser día de Viernes Santo el escogido para sacarla en procesión junto al Crucifijo, se optó por el nombre de Virgen de la Soledad, en alusión al estado de duelo y vacío provocado por la muerte de su hijo, para después añadirle el calificativo de Gloriosa.
Poco a poco, la imagen de la Soledad Gloriosa fue desbancando en veneración a la de San Vicente Ferrer. Aunque con el transcurrir de los siglos se produjeron intervenciones destinadas a conservar en buen estado la ermita, no fue sino hasta finales del siglo XIX cuando se efectuó la restauración crucial, aquélla que le confirió en lo fundamental su aspecto actual.
A primeros de abril de 1866 el cura Francisco Galarza y Vallés consiguió uno de sus objetivos al ver como daban comienzo las obras de la ermita, a partir de ahora dedicada a Nuestra Señora de la Soledad Gloriosa. Una vez concluidas las obras, el cura Galarza construyó una casa para el vicario al lado izquierdo de la ermita. También se compró la araña de cristal que debía lucir en todo su esplendor en el altar mayor. En mayo de 1867 se inauguró el edificio, y tres años más tarde, en 1870, se iniciaron las obras del calvario a la derecha de la ermita.
En 1936, inmersos en el clima de enfrentamiento civil, el edificio religioso pasó a servir como almacén de algarrobas, y los altares laterales se derribaron casi totalmente para obtener más espacio. Se reconstruyeron después aunque las mesas de los mismos no se volvieron a colocar y queda como testimonio la huella de las originales a los pies de cada altar. Desaparecieron entonces numerosas imágenes y elementos relacionados con el culto. El púlpito quedó destruido junto al tornavoz sobre el cual descansaba la imagen de San Vicente Ferrer que databa del siglo XVI y, claro está, la imagen y las andas de la titular y patrona del pueblo.
Desde 1655, en que Luis Mercader nombró como primer ermitaño a Martín López, la ermita ha estado bajo el cuidado de quienes han poseido ese cargo, a veces transmitido de padres a hijos. Así, en 1907 Rafael García Andrés se convirtió en ermitaño, y tras él, su hija y su nieta hicieron las veces hasta hoy.
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